Este año con motivo del Día Internacional de la Mujer queremos compartir la historia de Paquita, usuaria durante varios años de ASPANSOR Zaragoza, que empezó a perder audición durante su edad adulta.

Paquita empezó a notar que pasaba algo cuando un día hablando por teléfono, una de sus cuñadas le dijo “¿estas sordas o qué?”, y cuando se cambió el teléfono a la otra oreja se dio cuenta que realmente no oída nada de lo que le decían. Estos primeros episodios los empezó a detectar en 1998.

“Me fui al ortoprotesista y probé con un audífono y estuve así hasta que la cosa fue a más”, relata. Sin embargo los primeros años fueron muy duros, porque junto a la pérdida auditiva Paquita tuvo que hacer frente a los mareos que sufría como consecuencia del denominado ‘Vértigo de Meniere’. “Esta situación propició que las bajas fueran continuas en mi trabajo como profesora de primaria y que finalmente me jubilarán cuando era muy joven”, explica.

Paquita perdió la audición primero en un oído y más tarde en el otro. Después de probar con los audífonos le hablaron de las posibilidades de los implantes cocleares, los cuales asegura le abrieron las puertas a un montón de cosas.

“Del primer al segundo implante la vida no cambia tanto. Pero con el primero mi vida cambió totalmente”, asegura. Asimismo indica que mientras que ahora se tiende a hacer el implante primero en el oído que tienes mejor, antes o por lo menos en su caso, se lo hicieron en el oído que tenía “prácticamente perdido”, y tras la primera operación paso de no entender a su marido mientras comían juntos en casa, a enterarse de todo.

La pandemia ha supuesto un duro golpe para toda la ciudadanía, sin embargo en especial para el colectivo de personas sordas la brecha para lograr comunicarse con el resto de las personas se ha extendido en muchos casos. “En las tiendas físicas si quería ir a comprar tenía que ir acompañada de mi marido porque con la distancia que había entre el mostrador y yo no me enteraba de nada”, explica.

Paquita también señala que la proliferación de los servicios en vía telefónica no ha sido beneficiosa en su caso porque la música de fondo que se pone mientras esperas a que te atiendan le genera una situación de estrés exagerada.

Por otro lado, el miedo a no recuperar la total normalidad de muchos servicios que necesitan se junta el temor al contagio. “En mi caso la pandemia ha hecho recluirme más en casa, tenía miedo a salir y al contacto con la gente como si ellos fueran mis enemigos”, describe y señala que el mayor miedo que tenía era que le ingresarán en el hospital. “Tenía miedo de que me quitaran los implantes y estuviera en el hospital realmente sola”, confiesa Paquita que reconoce que antes de la pandemia no tenía ningún miedo a los hospitales. “Cuando me dijeron de realizar la primera operación del implante me lancé con los ojos cerrados, igual que con la segunda”, asegura.

ASPANSOR se convirtió en un gran refugia para Paquita, “además del servicio de logopedia, para mi venir aquí ha sido un tratamiento psicológico bestial”. Y aunque ya no acude con tanta asiduidad a la entidad mantiene el contacto directo con la misma.

“Gracias a la tecnología, a mis logopedas, a mi marido y al trabajo personal, mi vida ha cambiado muy positivamente. Los implantes me permiten participar en actividades grupales, seminarios, disfrutar de las conversaciones con mis amigas, del ruido de las hojas secas al pisarlas y hasta de las bocinas de los coches”, concluye Paquita que también recuerda que de lo más bonito que ha escuchado es la palabra “yaya” de boca de sus nietas.